No creo en ángeles, o mejor dicho no creía,
hoy son demasiadas incertidumbres que me rondan y a pesar de lo vivido, aún lo
dudo.
Mi adolescencia, años absurdos en la búsqueda
de la felicidad, pero en el camino equivocado, perdido en noches de alcohol y
malandras de toda clase, entre vasos de
vino y mesas de póker.
Aquello ha quedado lejos, he perdido
algunas malas costumbres, otras siguen fieles a mi lado.
Cuando me siento inspirado suelo pintar,
plasmar en la tela mis estados de ánimo o algún paisaje que me deslumbre, que no
suelen ser muchos.
Vivo con el dinero justo o faltante y
cuando algún fin de semana logro vender
alguno de mis cuadros, festejo con mis amigos, mi maestro dice que soy buen
pintor, lástima que sea tan vago.
Hace unos meses regresaba de madrugada,
el vino era parte de mi sangre y no logaba mantenerme en pie, al llegar al
edificio en que vivo, me sorprendió un bulto sobre la vereda; se movía. Me
acerqué, era un niño. Lloraba muy suave, se oía como un gemido. Pensé llevarlo
hasta un hospital, pero mi cabeza no lograba razonar dónde encontraría uno, ni
como llegar. Le pregunté que le había pasado:
—He caído desde muy alto, me duele la
espalda.
Mis pensamientos parecieron aclararse.
—Te llevó a un hospital, pibe.
—No por favor —dijo— lléveme a tu casa
alguien me va a venir a buscar.
Sin analizar lo que hacía, lo cargué,
entramos y subimos al ascensor. Era tan liviano, que en mi embriaguez imaginé
que estaba relleno de nubes.
Tenía sangre en la espalda, lo curé y
vendé sus heridas. Lo acosté en el sillón del living, lo cubrí con una manta,
él se acomodó y en un suspiro se durmió.
—No te duermas, necesito el número de teléfono de tu
familia….
Fue inútil, ya estaba en el mejor de los sueños, me dio pena despertarlo, creí que lo mejor era dejarlo descansar, mis
ojos se cerraban, yo también estaba agotado de cansancio y alcohol, solo pensaba en una cama blanda y tranquila.
Desperté por la tarde y con un fuerte
dolor de cabeza, había olvidado al pequeño y al cruzar el living y ver el
sillón y la manta, recordé.
Lo busqué en las habitaciones, en cada
rincón del departamento; el chico no estaba. Sobre la mesa de la cocina y en la
parte de atrás de una cuenta del supermercado, había escrito: “Me vinieron a
buscar, gracias. Te dejo un clavel de regalo, es especial.
Ángel.”
¿Quién lo había venido a buscar?
El departamento estaba cerrado, sólo la
ventana del living estaba abierta de par en par, pero estábamos en un séptimo
piso.
Algunos amigos dicen que fue una visión
de mi borrachera, otros que fue un ángel… yo no sé, pero han pasado muchos
meses y el clavel especial, sigue fresco como aquel día.
Malandra; delincuente, maleante.
20 comentarios:
Que historia más entrañable y dulce. Me ha dejado un sabor muy hermoso que he disfruto.
Me encantó Mariarosa.
Felicitaciones y un abrazo.
Bonita historia. Un beso.
Qué bonito María Rosa. Me ha encantado, como cada cosa que escribes. Haces unos símiles que me encantan, y desde luego, esta historia está plagada de ellos. Lo del clavel sin marchitar me ha puesto los vellos de punta. En serio, me ha encantado. Adoro leerte. Muchos besos :D
Hermosa historia, María Rosa. Un auténtico placer leerla.
Un abrazo
Esperemos que haya inspirado al protagonista a una vida diferente. me encantó.
Un abrazo cálido.
Quedó el clavel como constancia. UN abrazo. Carlos
Que ese clavel siempre fresco sea un recordatorio de la presencia angelical.
Después del buen gesto de atenderlo, quizás ya no necesite del vino para seguir adelante.
Un relato muy tierno, Mariarosa.
Besos.
¡QQué cuento tan bello! Seguro que era un ángel ¿quién no cree en los ángeles? Yo sí, me parece un relato maravilloso. Te felicito. Un abrazo. Franziska
ESTABA TAN PEGADO DE TUS LETRAS QUE NO SUPE A QUE HORAS LLEGUÉ AL FINAL DE TU HERMOSA HISTORIA(CÓMO UN BUEN PARTIDO DE FÚTBOL).
ABRAZOS
Que relato más bonito, me ha encantado leerte como siempre que paso por tu rinconcito.
Feliz domingo MªRosa.
¿Ángeles..., quién no se ha encontrado alguno en su deambular por el mundo? :))))
Los hay de todas clases, bueno, mejor son todos iguales y es solo quien los percibe que los distingue de una u otra manera. Y sí, casi siempre nos acompañan en momentos dramáticos de nuestras vidas... ¿Quién se acordaría de ellos en momentos felices? ¡Casi nadie!
Abrazos Mariarosa... Bonito relato!
Fue el ángel que lo visitó para darle un aviso de su situación.
Bonita historia.
Que tengas un feliz domingo.
Algunas veces mejor no pensar demasiado y dejar que todo fluya.
Saludos,
J.
Qué hermosa historia, muy dulce y tierna.
Algunos dicen que los ángeles son personas que aparecen en el momento justo de la vida cuando los necesitas. Tú no los llamas y ellos, inexplicablemente, aparecen... Puede ser cualquier persona: amigo, familiar... Yo tengo uno que se llama Roberto (primo) él siempre está. Aparece siempre justo cuando yo estoy en momentos difíciles. Es raro pero es así.
Bello relato
Besos
Perdón por repetir tanta palabra pero escribo rápido.
Muy original y entrañable, María Rosa...Ese ángel le dejó un rayito de luz y esperanza en el cielo...Seguro que cambió su vida y a partir de ahí la vió diferente...Todos tenemos ángeles cercanos, que llegan de vez en cuando y nos animan a seguir adelante.
Mi felicitación y mi abrazo por esta preciosidad, amiga.
Siempre tan original para tus hermosos cuentos que leo con mucho placer, eres muy especial, seguro que ese ángel te inspiro, me encanto María Rosa.
Abrazo
Hola María Rosa, disculpá que te escriba en este espacio pero no encontré tu dirección de mail para enviarte un mensaje privado. Si te interesa hacer un intercambio de enlaces o banners este es mi correo y me avisás:
mag88ja@gmail.com
Gracias!
Cuento lleno de originalidad con el sello tuyo muy personal. Me encanto.
Un abrazo
Las flores a veces sotestigo
hasta que se secan y se deshacen...
pero el recuerdo perdura.
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